En          Colombia          la “seguridad” se ha convertido en un concepto que entraña          disímiles          interpretaciones, porque resulta, por ejemplo, que por atender          un desvelo del          Estado que es la seguridad inversionista, se derivan políticas          criminales que          se arropan bajo la categoría de seguridad ciudadana. ¿De qué          estamos hablando          entonces cuando se habla de la seguridad democrática, hoy          denominada con el          eufemismo de prosperidad democrática? Porque es que nos          encontramos con la          situación de que ya desde el ministerio de Defensa no solamente          se traza la          política agraria, que es tema que concierne al ministerio de          agricultura, sino          que  también se diseña la política criminal, que es asunto que          debiera          tratar el ministerio de justicia.
¿Qué          peligroso juego se está haciendo desde el          gobierno, hasta dónde se va a llegar en el afán de asegurar a          toda costa los          derechos del capital?
Advertimos          al país, y necesario sería en este          sentido leer con detenimiento la entrevista que la periodista          Cecilia Orozco          hace al parlamentario Germán Navas Talero, pues cursa en el          Congreso, a          iniciativa del señor Juan Carlos Pinzón, ministro de defensa, un          adefesio          jurídico encaminado a criminalizar la protesta social y a          encarcelar a los          activistas de los paros, que afectaría los derechos          fundamentales de los          ciudadanos modificando los códigos penal y de procedimiento          penal, entre otros.          Cada vez más la democracia en Colombia se convierte en un vano          formalismo y en          una ficción.
Asistimos          sin duda a la legalización de la          criminalización de la protesta. Pues se observa a simple vista          la decisión, por          ejemplo, de encarcelar de manera sumaria, con penas de 3 a 5          años, a quienes,          movidos por la indignación que genera la acumulada injusticia          social, obstruyan          vías, o hayan estado cerca de las protestas y los pasados paros.          Entonces se          irían para la cárcel los estudiantes que “inciten” a protestar,          los paperos de          Boyacá, los campesinos del Catatumbo, los mineros artesanales,          la gente          sencilla que no quieren que se destruyan sus fuentes de agua          pura, como ocurre          con quienes defienden el páramo de Santurbán.
El pueblo          en la calles, después de mucho          tiempo de promesas incumplidas y engaños, pide medidas para          acabar con la          miseria y la desigualdad en la que están sumergidos alrededor de          30 millones de          colombianos, y la respuesta que se le da no es la de incrementar          las política          sociales, sino la de extremar a niveles de tiranía las política          criminales.
Al          responder a una pregunta de Cecilia Orozco          en el sentido de que las normas punitivas de Pinzón excluyen a          quienes obtengan          permiso para manifestarse, Navas Talero ha dicho una gran          verdad, y es que es          absurda esa condición “porque las protestas sociales no tienen          el carácter de          procesión de semana santa ni de marcha del día del trabajo. Las          manifestaciones          surgen por razones puntuales y no se organizan consultando con          el Estado,          puesto que, precisamente, su naturaleza es la de ser una          expresión de rechazo a          una actitud o a una decisión oficial”.
Por obra y          gracia de leguleyadas dictatoriales          se pretende arrasar no solamente con los instrumentos de trabajo          de los mineros          informales, sino sobre todo con el ordenamiento mismo          constitucional del          cacareado estado de derecho colombiano, generando ilegalidades          que solo          benefician a las trasnacionales. Hemos vuelto a versiones          agravadas del estado          de sitio y del estatuto de seguridad de décadas pasadas.
Ya no les          basta la brutalidad del ESMAD ni las          balas contra los pechos desnudos de los manifestantes. Ahora          pretenden disuadir          amenazando con cárcel y premeditando que van a incumplirle a la          gente, preparan          el terreno para aplastar a quienes insistan en movilizarse para          exigir sus          reivindicaciones.
Estos son          los asuntos que deberemos debatir en          el punto dos de la agenda con la particularidad que las FARC-EP          levantarán su          voz del lado de los derechos de los ciudadanos. Nos opondremos          decididamente a          que la gente de ruana y alpargata, a que la gente que labra la          tierra, los          barequeros del oro, los defensores del medio ambiente y de          nuestras riquezas          naturales, sean arrollados sin piedad por la locomotora minero          energética y la          deshumanizada maquinaria del neoliberalismo.
Colombia no          puede permitir que al pueblo se le          siga dando tratamiento de enemigo interno, desatando sobre él          medidas fascistas          como las contenidas en el proyecto 091 de 2013 presentado por el          ministro          Pinzón a consideración de la cámara de representantes. No más          Doctrina de          Seguridad Nacional. Colombia requiere que se establezca          urgentemente una          verdadera doctrina de seguridad humana.
DELEGACIÓN DE            PAZ DE LAS            FARC-EP

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