DESBROZANDO IDEAS        (I)
¿Quién está cansado        con el        proceso de paz?
– 21/10/2013
POSTED IN:        COMUNICADOS
Por Timoshenko
En torno al proceso        de paz que        cursa actualmente en La Habana se tejen toda clase de        especulaciones. Partiendo        del Presidente Santos y su líder en la mesa de diálogos, Humberto        de La Calle,        las acusaciones contra las FARC se lanzan y repiten de modo        irresponsable y        tendencioso, por distintos voceros del Establecimiento y los        comentaristas bien        pagos de la gran prensa.
El que se haya        cumplido un año        sin haber conseguido nada más que un acuerdo parcial sobre el        primer punto de        la Agenda, y el que se aproxime el plazo señalado al Presidente        para anunciar o        no la presentación de su candidatura a la reelección, se        convierten de repente        en los principales argumentos para dirigir las baterías cargadas        de fuego e        infamia contra nosotros.
Ningún analista        público o privado        se refiere de manera alguna a las claras revelaciones de los        voceros oficiales,        que reiteradamente dan cuenta de su verdadera intención al        dialogar con las        FARC. Mil veces han dicho que la Mesa no es el espacio para        discutir en torno a        reformas institucionales y menos para debatir sobre el modelo        económico que        implementan en el país.
Y quizás más veces        aún han        repetido el estribillo según el cual el único propósito de la Mesa        es que las        FARC cambiemos las balas por los votos, es decir que troquemos        nuestra lucha de        medio siglo por la conversión en un partido político que presente        sus listas en        las elecciones, dando por descontado que el régimen político        vigente reúne las        más amplias calidades democráticas.
La defensa de esa        posición        recalcitrante, que pasa por encima del propio texto del Acuerdo        General firmado        en La Habana en agosto de 2012, que es público, pero que        hábilmente se manipula        a objeto de desvirtuar su verdadera naturaleza, es realizada        frecuentemente en        nombre de todos los colombianos. Sus portavoces invocan sin pudor        al país y        hablan en su nombre.
Habría que comenzar        por ahí. El        interés que expresan los enemigos del proceso no es el de la        población        colombiana en general, ni siquiera el interés de la mayoría de los        nacionales.        Más bien podría decirse lo contrario. Ellos hablan por ciertas        elites, muy        acomodadas económicamente hablando, y apropiadas venal y casi        hereditariamente        de las riendas del poder político.
Las voces que        determinan el rumbo        de las políticas implementadas en el país son en primer término        las de la gran        banca transnacional y la red de corporaciones multinacionales        interesadas en        los recursos que puedan extraer de nuestro territorio en la forma        más barata        posible. A ellas se añaden los grupos financieros, los monopolios        empresariales        y el latifundio local.
No hay que llamarnos        a engaños.        El cumplido servicio de las crecientes e impagables deudas        externas pública y        privada, por el cual responde el Estado colombiano ante la banca        mundial, es el        primer deber que corresponde cumplir a cualquiera de estos        gobiernos. Las        llamadas sostenibilidad y regla fiscales que se incorporaron a la        Constitución        recientemente así lo ratifican.
El efecto real de        las llamadas        políticas neoliberales sobre los pueblos es tal, que hasta sus más        fanáticos        defensores sienten vergüenza de ser calificados como tales. La        exención o        rebaja de impuestos a los grandes capitales, la privatización de        entidades y        servicios públicos, la apertura indiscriminada al comercio        internacional, entre        otras, despojan y abaten a las mayorías.
La militarización        creciente de la        sociedad a fin de garantizar el control social necesario para el        sometimiento        de los pueblos que se opongan al saqueo de sus recursos, la        destrucción de su        hábitat natural o la súper explotación de su trabajo auspiciada        por la        desregulación de las relaciones laborales, completa el decálogo        inhumano y        antinatural del poder dominante.
Semejante panorama        de desgracia        contribuyó a agravar aún más la antidemocrática práctica de la        violencia        política ejercida de antaño por las clases dominantes en nuestro        país. La        globalización del mercado y el Consenso de Washington llegaron a        Colombia        cabalgando sobre la paramilitarización, las masacres, la guerra        sucia y los        desplazamientos masivos de la población.
La lucha guerrillera        ya tenía        vieja data cuando sobrevino toda esa catástrofe. Y se había        producido como        respuesta del campesinado y los sectores populares a la violencia        oficial        promovida por los partidos liberal y conservador desde el gobierno        y el        Congreso. Entonces sí resulta elemental discutir todos esos        asuntos cuando se        habla de hallar una solución política consensuada.
El gobierno de Juan        Manuel Santos        pretendió cosechar los supuestos éxitos de la llamada seguridad        democrática de        Uribe. Por eso se consideró destinado a propinar la estocada de        muerte a las        FARC-EP. Presupuestó con optimismo exagerado que la organización        guerrillera se        hallaba al borde del colapso final, así que había llegado la hora        de acabarla        por las buenas o las malas.
Las muertes del Mono        Jojoy y        Alfonso Cano, que en las FARC examinamos desde una perspectiva muy        distinta a        la óptica gubernamental, convencieron a Santos de ser el        efectivamente llamado        a conquistar tal gloria. Así que al tiempo de sostener e        incrementar la guerra        contrainsurgente y antipopular, apostó a convencernos de la        generosidad de su        propuesta de rendición.
Y es esa la        verdadera dificultad        en la que se encuentra el proceso de La Habana. A pocos meses de        terminar su        mandato, abocado a la necesidad de mostrar resultados que        justifiquen su        reelección, el Presidente Santos observa con angustia que sus        planes militares        de exterminio contra las FARC fracasaron. Y que las FARC tampoco        aceptan        someterse en la Mesa como soñaba.
Entonces,        conjuntamente con todo        el Establecimiento neoliberal, arrecia su campaña de desprestigio.        Nos culpa de        la lentitud en los avances, de atravesar toda clase de obstáculos,        de salirnos        de la Agenda pactada, de hacerle trampa al país. Nos presenta como        narcotraficantes y terroristas, como violadores de menores y        asesinos, como los        peores enemigos de la patria.
Comentarios