DESBROZANDO IDEAS            (II)
 Los verdaderos artífices de            la paz
– 23/10/2013POSTED IN: COMUNICADOS
Por Timoshenko
La pregunta en torno        a quiénes        están realmente cansados con el proceso de paz, mueve en verdad a        importantes        reflexiones. Una de ellas corresponde al comienzo mismo de las        conversaciones        entre el gobierno nacional y las FARC-EP. ¿Por qué se inició el        proceso? Tras        los ocho años de guerra total practicados por Uribe, ¿qué movió a        Santos a dar        el giro?
En la nota anterior        poníamos de        presente su convicción, de hecho él fue uno de los cruentos        protagonistas de la        seguridad democrática, de que las FARC nos hallábamos en una        situación        desesperada, urgidos de una oportunidad para salvar nuestros        pellejos a punto        de ser cortados por el Estado. Aunque errada, tal idea ejerció        notable influencia        en su decisión de conversar.
Y señaló el criterio        gubernamental acerca del único contenido posible delos diálogos.        La inmensa        mayoría de los observadores, siempre al servicio del régimen, con        mayor descaro        o cuidadoso disimulo según su grado de compromiso, dedicaron        muchas líneas a        celebrar la decisión de Santos al ensayar la vía dialogada para        poner fin al        conflicto. Y sobre esa base construyeron su prestigio.
En adelante se        aprestaron a medir        los éxitos del proceso en torno a los resultados perseguidos por        el Presidente.        Pero, para que Santos hubiera podido dar curso a la posibilidad de        los        diálogos, tuvo que crear un consenso importante entre los poderes        económicos y        políticos que determinan los rumbos del país. La mayoría de ellos        terminó por        aceptar sus suposiciones y le otorgó el aval.
Fue cuando sobrevino        la fiesta        mediática por la apertura de las conversaciones de paz. Todos a        una, con        excepción del desprestigiado uribismo fundamentalista, se        dedicaron a expresar        loas en torno a la inminencia del fin del conflicto, que habría de        conseguirse        muy pronto en la Mesa. Se dijo entonces que Colombia, el país, la        sociedad en        su conjunto, apoyaban el proceso.
Conviene tener        cautela cuando los        grandes medios de comunicación se aúnan para hablar en nombre de        toda Colombia.        Si bien es cierto que al emerger ciertos sentimientos de hondo        calado nacional,        como la reciente clasificación de nuestra selección al campeonato        mundial de        futbol, los medios se ven obligados a registrarlo, también es        cierto que muchas        veces suelen inventarlos.
O los manipulan de        manera astuta,        para beneficio exclusivo de los poderes que representan. Es así        como la        celebración general producida con el anuncio de las        conversaciones, no sólo        incluía la óptica gubernamental propia de las clases dominantes,        sino que        también abrigaba la otra, la de los de abajo, la de los        invisibles, la de        quienes registran y aparecen sólo si conviene a los de arriba.
En otras palabras,        el otro país,        el de los negros, los indios, los campesinos, los desempleados,        los        profesionales frustrados, los millones de colombianos que ante la        falta de        oportunidades se rebuscan la vida como pueden, el de la gente        buena pensante,        el de la izquierda consecuente, el que comprende las razones de la        guerrilla,        también estaba de fiesta con el inicio de los diálogos.
Porque ese país es        realmente el        verdadero interesado en que termine la guerra. Y ese país llevaba        muchos años        clamando por que se iniciaran nuevamente conversaciones en busca        de una salida        incruenta al conflicto. Desde luego, hasta el momento en que las        élites        anunciaron las nuevas conversaciones, ese país no había existido        para los        medios, ni para nadie que no fuera él mismo.
La oligarquía        colombiana siempre        ha creído que esa masa amorfa de desharrapados, de hambrientos sin        techo, de        desposeídos, de inconformes impertinentes, de chillones engañados        por        terroristas, sólo merece atención cuando puede derivar un        importante beneficio        de ella. Ya se trate de sus votos, de sus cuerpos para la guerra o        de mano de        obra miserablemente paga.
Cuando esa masa        humana de gentuza        se niega a transitar por el camino que ella le señala, se        convierte en enemiga        a combatir sin consideración de ninguna clase. Así, si resulta un        obstáculo        material para sus planes de agro carburantes,         gran minería a cielo abierto o infraestructura funcional a        la        globalización, o si se inclina por peligrosas opciones        izquierdistas, hay        que  matarla.
Hay que        desaparecerla, hay que        aterrorizarla, desplazarla, encarcelarla, someterla como sea. La        conjunción de        poderosos intereses económicos foráneos y de sectores dominantes        en la economía        nacional, con proyectos políticos excluyentes y sectarios, terminó        por generar        el conflicto armado que ha marcado la existencia de nuestro país        en las últimas        cinco décadas.
No son las Ingrid,        ni los        políticos o militares muertos en aventureros y fallidos intentos        de rescate,        las verdaderas víctimas del conflicto armado colombiano. Ni        siquiera los miles        caídos en los enfrentamientos entre guerrilla y fuerza pública.        Sino los        millones de colombianos que lo han perdido todo para que el índice        de        crecimiento económico subaa favor de las clases pudientes.
Las decenas de miles        de familias        que pierden sus viviendas con las entidades crediticias, o las        centenares de        miles que trabajan como esclavos gran parte de su vida para        acrecentar        felizmente las ganancias de los grandes grupos financieros, son        víctimas de        este sistema que se sostiene sólo porque cuenta con un inmenso        aparato de        fuerza bruta que se reclama legítimo sin serlo.
Esa Colombia, y no        la de las        familias Santos, Uribe, Santodomingo o Sarmiento, entre otras, es        la que clama        por paz con justicia social, con profundas reformas        institucionales y en el        manejo económico del país. Las FARC-EP, que somos apenas una de        las expresiones        de esa Colombia largamente humillada y perseguida, sabemos que        gran parte de        ella nos acompaña en esta brega.
Estamos        perfectamente claros de        que el actual proceso de paz jamás hubiera sido posible sin el        concurso        decidido de los colombianos del montón, que en innumerables actos        y        declaraciones, aún en los momentos en que todo parecía perdido, se        lanzaron a        la calle y a los foros a exigir la apertura de los diálogos. Ese        sentimiento        persiste, y se halla hoymás fortalecido que nunca.
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