– 12/11/2013        Posted            in: Comunicados
Por Timochenko 
 
El diario limeño El Comercio reseñó          el día 12 de          febrero de 1998, bajo el título Drogas, ¿una guerra injusta?,          unas          declaraciones del famoso economista norteamericano Milton          Friedman:
“Nuestra política antidrogas ha            provocado miles de            muertos y pérdidas fabulosas en Colombia, Perú y México (…)            Todo porque no            podemos hacer cumplir las leyes en nuestro propio país. Si lo            lográramos no            existiría un mercado de importación (…) Países extranjeros no            sufrirían la            pérdida de su soberanía (…) ¿Puede una política ser moral si            conduce a la            corrupción generalizada, en tanto, tiene resultados racistas,            destruye nuestros            barrios pobres, hace estragos entre la gente débil y acarrea            muerte y            desintegración en naciones amigas?”
El padre de la Escuela de Chicago,          aseguraba          categóricamente  que el gobierno de su país debía legalizar el          consumo de          las drogas y cesar unilateralmente la guerra contra ellas.          Recordaba          amargamente que, debido a ella, los Estados Unidos habían          multiplicado por ocho          el número de su población carcelaria, fundamentalmente población          negra y latina          de muy bajos recursos.
Ese tipo de posiciones, carentes del          mínimo asomo          de sospecha, han sido expuestas una y otra vez por respetables          personalidades.          Baste recordar que en el año de 1979, Alberto Lleras Camargo,          dos veces          Presidente de Colombia, prestigioso periodista y primer          Secretario General de          la OEA, declaraba al diario El Tiempo, de Bogotá, que habían          sido las políticas          represivas del gobierno norteamericano, la persecución          policíaca, costanera, de          servicios secretos, las que habían elevado a tal valor el precio          de las drogas,          que habían animado la creación de unas mafias dispuestas a          conseguirlas en          cualquier parte del mundo, para llevarlas a los Estados Unidos y          allí hacer su          gran negocio.
El patriarca liberal no dudaba en          advertir cómo a          nuestro país se le iba a convertir en el chivo expiatorio por          una          responsabilidad que únicamente le competía al gobierno gringo:          “La guerra y las          drogas teñirán la reputación de nuestros compatriotas en ese          tiempo futuro”,          profetizó con sumo acierto.
Las dos décadas trascurridas desde          las          declaraciones de Lleras Camargo, cuando Colombia apenas          alcanzaba la folclórica          condición de exportadora de Cannabis,  a las de Milton Friedman,          al igual          que los quince años transitados desde entonces, nos permiten          pensar en varias          cosas con relación a este asunto que pronto será objeto de          discusiones en la          Mesa de La Habana.
Prácticamente existe coincidencia          entre los          distintos estudiosos de la economía capitalista mundial, en el          sentido de que          los treinta años gloriosos de ascenso y expansión de la          producción industrial          que siguieron al fin de la segunda guerra mundial, y que          significaron el más          asombroso crecimiento económico registrado en la historia,          llegaron a su fin en          los primeros años de la década de 1970. El estancamiento          sobreviniente,          producido por la evidencia de una crisis de súper producción          inminente, obligó          a los grandes capitales a frenar su inversión en la economía          material, dando lugar          a un descenso constante de la cuota de ganancia.
Fue necesario buscar otras esferas          de inversión. La          crisis petrolera de entonces y la fabulosa riqueza que derivó          para el mundo          árabe abrieron las compuertas a la especulación financiera. El          crédito internacional,          las bolsas de valores y la infinitud de negocios especulativos          derivados de          ellas, se encargaron de estimular y legitimar las más diversas          formas de          generación del capital y la ganancia. El comercio de las drogas          adquirió          entonces inusitada importancia como fuente de riqueza e          inversiones.
La disputa por el destino final de          esas inversiones          terminó en la declaratoria de guerra contra las drogas por el          gobierno de los          Estados Unidos. Se trataba del control de los miles de millones          de dólares que          sumaban los pagos por las dosis consumidas por sus ciudadanos,          cuantiosos          capitales que salían al exterior en manos de desconocidos.
Además de la cobertura moral que se          podía imprimir          a esa cruzada, la niñez y juventud que había que salvar de tan          nefasto flagelo,          ella podía servir a intereses políticos inmediatos, como          compensar la muerte de          cuatro millones de vietnamitas a manos de las tropas          norteamericanas invasoras,          con el pueril argumento de que prostitutas indochinas          adiestradas por          comunistas, habían iniciado en las drogas a los soldados          norteamericanos,          equiparando el daño producido por la horrorosa matanza y          librando a los Estados          Unidos de las obligatorias compensaciones.
Y convertirse en un poderoso          instrumento de control          social dentro de sus propias fronteras. Las poblaciones          conflictivas de los          odiosos negros e inmigrantes podían ser reprimidas y          encarceladas de modo          masivo. Y, sobre todo, garantizar un efectivo instrumento de          injerencia directa          en los países del tercer mundo, su patio trasero especialmente,          en los que las          luchas sociales y políticas amenazaban con hacerlos salir de la          órbita          políticamente correcta.
Todas las anécdotas y crónicas sobre          cualquiera de          las áreas de cultivos de plantas usadas para la producción de          drogas, dan          cuenta, sospechosamente, de que fueron unos generosos gringos          los primeros en          aparecer promoviendo y enseñando el cultivo de la mata. Después          vendría el          control total sobre los cuerpos de policía locales, y          finalmente, con la misma          excusa de la heroica y justa lucha contra las drogas, la          dirección y el control          de las fuerzas militares de país involucrado. Colombia es un          ejemplo          destacadísimo del desarrollo de esa estrategia de dominación.
Desaparecida la Unión Soviética,          esfumado de          repente el fantasma del comunismo con el que se pretextaba la          persecución          contra todas las formas de inconformidad política y social, en          desarrollo de la          doctrina norteamericana de seguridad nacional, el poder          hegemónico del gran          capital transnacional representado por los Estados Unidos y la          OTAN, se          encontró de repente sin una excusa que pudiera justificar sus          actos de          intervención y piratería a escala internacional. Había que crear          un enemigo que          justificara el enorme aparataje bélico y las políticas          injerencistas.
Entonces hicieron aparición nuevos          fantasmas: el          terrorismo, el narcotráfico, las violaciones a los derechos          humanos, la amenaza          de las armas de destrucción masiva, los atentados contra el          medio ambiente,          etc., un largo listado caracterizado por la hipocresía y la          manipulación, que          bien podía ser aplicado en primer término al poder imperial, el          primer Estado          entre todos que ha utilizado armas nucleares y armas          convencionales de todo          género, en forma masiva, contra naciones y pueblos enteros, que          ha depredado al          planeta en su avidez de ganancias, que ha promovido sangrientos          golpes de          Estado y apoyado dictaduras sanguinarias y gobiernos títeres que          pusieron en          práctica los métodos de tortura, guerra sucia y paramilitarismo          enseñados en          sus escuelas de formación militar y policial.
Para el caso que nos ocupa, el          narcotráfico resultó          ideal. Mientras que buena parte de los grupos y movimientos          rebeldes de América          Latina cedieron ante el enorme peso que significó la debacle del          socialismo          real, incluso en Colombia, donde buena parte del movimiento          insurgente arreó          sus banderas ante los cantos de sirena de la globalización          financiera y el fin          de la historia, otros grupos, verdaderamente revolucionarios y          comprometidos          con su pueblo, como las FARC y el ELN, persistieron en sus          proyectos políticos          y militares.
En adelante no seríamos tratados          como fichas del          comunismo internacional, sino como grupos narcotraficantes,          terroristas y demás.          No han faltado incluso los intentos de vincular las FARC con          negocios          internacionales de uranio y otros minerales para la producción          de armas          nucleares. Las llamadas operaciones sicológicas, tan difundidas          y practicadas          en su momento por la CIA, hoy verdaderos instrumentos de          propaganda negra en          manos de fuerzas militares y policiales dirigidas directamente          por el          Pentágono, se encargan de sembrar en la mente de la población          nacional y          mundial las representaciones más sucias en torno a las          organizaciones          revolucionarias.
Dentro de las cuales se destaca          nuestra vinculación          con el narcotráfico. Un país como Colombia, montañoso y con          grandes extensiones          de selva, a cuyas regiones más apartadas fueron lanzados por          sucesivas oleadas          de violencia latifundista campesinos y colonos, abandonados          además a su suerte          por el Estado, resultó ideal para el crecimiento de los cultivos          prohibidos.          Esos campesinos hallaron en ellos el modo de sobrevivir y elevar          medianamente          su miserable condición de vida. Las guerrillas, enfrentadas          desde varias          décadas atrás al régimen, asentadas fundamentalmente en las          áreas campesinas,          no teníamos el derecho ni la vocación de volvernos contra la          población con          miras a prohibirle la única actividad de la que derivaba su          pírrica subsistencia.
La responsabilidad fundamental por          el problema de          las drogas radica en la esencia misma de la economía          capitalista, en la          incapacidad o falta de voluntad del gobierno norteamericano para          hacer cumplir          las leyes prohibitivas, y hasta en el carácter absurdo de éstas.          Dicen los que          estudian esos temas, que producen más muertes el consumo de          alcohol o de comida          chatarra que el de drogas. Y que la violencia que genera el          narcotráfico es          producto de la actividad mafiosa e ilegal que deriva de la          prohibición del          consumo. Y que la guerra contra las drogas genera más violencia,          corrupción y          descomposición social y estatal, que la propia degeneración          adictiva.
Así que al asumir en La Habana el          tema de las          drogas ilícitas, las FARC-EP marchamos de la mano con la          voluntad expresada por          las comunidades campesinas afectadas con la guerra que la          oligarquía          colombiana, como siempre, de rodillas ante el imperio, decidió          declarar contra          ellas. Pese a que el Presidente Juan Manuel Santos masculla en          algunos          escenarios la necesidad de aplicar una política distinta en el          combate a ese          problema, en la práctica ha asumido la fiel interpretación de          las directrices          de guerra total emanadas del gobierno de los Estados Unidos.
Las FARC en cambio seguimos firmes          en lo planteado          en nuestra Octava Conferencia Nacional, que ya en 1993 incluyó          en nuestra          plataforma política:
          “10. Solución del fenómeno de producción, comercialización y          consumo de          narcóticos y alucinógenos, entendido ante todo como un grave          problema          social  que no puede tratarse por la vía militar, que requiere          acuerdos          con la participación de la comunidad nacional e internacional y          el compromiso          de las grandes potencias como principales fuentes de la demanda          mundial de los          estupefacientes”.
El gobierno y el pueblo de Colombia,          así como la          comunidad internacional, pueden estar seguros de que  el          tratamiento en la          Mesa al problema de las drogas ilícitas, en todo lo que tenga          relación con          programas de sustitución de cultivos ilícitos, planes de          desarrollo, ejecución          y evaluación con participación de las comunidades, así como la          recuperación          ambiental de las áreas afectadas, incluidos programas de          prevención del consumo          y salud pública, que podrían contemplar su legalización, se          desarrollará con          nuestra inquebrantable y decidida voluntad de contribuir de la          mejor manera a          poner fin a la sempiterna injusticia sufrida por las comunidades          campesinas del          país, una de las razones históricas de nuestra lucha de cinco          décadas          continuas.
Entendemos que satisfechas las          comunidades campesinas          en sus aspiraciones básicas como producto de acuerdos en la Mesa          de La Habana y          en las diversas mesas de interlocución que se desarrollan en el          país, el          problema de los cultivos ilícitos habrá desaparecido para          siempre de Colombia.          Nuestra satisfacción por una Colombia sin coca será enorme.          Mucho más, si de          paso acarrea una Colombia sin pobreza y miseria rurales, que          pueda hacer uso de          sus derechos políticos sin ningún tipo de amenazas y violencias.
De ese modo habrán desaparecido del          país, de modo          objetivo, como consecuencia inmediata ydirecta, la producción de          drogas y su          comercialización, las que sin embargo, no van a desaparecer del          entorno de la          economía capitalista de que emergen. Otros escenarios y luchas          habrán de          ocuparse de la erradicación definitiva del problema mundial. En          lo que esté a          nuestro alcance, y al alcance de nuestro pueblo, habrá que          colaborar          activamente a ello. La utilización política y estratégica de la          guerra contra          las drogas por el imperio de los Estados Unidos, seguramente que          buscará          trasladar el conflicto a algunos países vecinos, cuyo régimen          político          democrático está interesado en combatir. Esa consideración y          advertencia final          debería hacer parte del arreglo pacífico que consigamos en          Colombia.
La solución política del grave          conflicto que sufre          el país desde hace más de cinco décadas, pasa por la          recuperación de nuestra          soberanía nacional, de nuestras libertades de análisis y          decisión como nación          independiente. Los intereses geopolíticos del gobierno          norteamericano, promotores          de la pérfida intención de mancillar nuestra condición de          revolucionarios con          estigmas criminales, que resultan tan del agrado de las clases          dominantes          colombianas y sus aparatos de represión, tendrán que ser hechos          a un lado y          desechados por infames. Podemos discutir y debatir cuanto se          quiera nuestra          condición ideológica, política, organizativa y militar, de donde          no puede          esperarse jamás nuestra disposición a aceptar las bajas          sindicaciones y          condenas que trama el Establecimiento.
Las FARC-EP no seremos los chivos          expiatorios por          los crímenes contra la humanidad cometidos por el imperio y la          oligarquía. Es          hora de que comiencen a responder por sus hechos. Se lo exige la          historia.
Montañas de Colombia, noviembre de 2013.

Comentarios