APROXIMACION A LA RIQUEZA CIENTIFICA DEL LEGADO HISTORICO Y ETNOCULTURAL DE AMERICA INDIA PRECOLOMBIANA Y LA FISICA CUANTICA
Las sociedades precolombinas no eran sociedades tradicionales.
Su calendario, por ejemplo, y sus símbolos nos dicen mucho a cerca de su capacidad dinamizadora y de su sentido de la mutación y el cambio.
Aunque de manera tardía las ciencias humanas han emprendido la tarea de hacerles justicia y poner de manifiesto la grandeza de esos pueblos, que están muy lejos de ser las razas salvajes o ‘primitivas’ que nos describieron los herederos de Voltaire o de Augusto Compte.
Por ello, continuar estudiando al hombre y a la civilización exclusivamente a través de la organización social y económica ha perdido toda razón de ser.
Como lo demuestran en efecto los últimos estudios en Etnología, no fue la especie humana la que inventó los comportamientos de cortejo amoroso, de sumisión, de estructura jerárquica…
Los lleva en su interior desde el principio, de acuerdo con un modelo cósmico general.
Los interpreta simplemente en función de sus particularidades específicas que le permiten ( al menos en potencia ) combinar los complementarios, superar los antagonismos; es decir, ‘innovar’ y salir de la mecanización refleja por medio de una autoproducción y una autoorganización.
Lo que diferencia al hombre de las demás especies o reinos de la Naturaleza no es sencillamente entonces, una función constituyente suplementaria ( como la mano o el cerebro ), sino más bien…,
el hecho, absolutamente determinante en su singular proceso evolutivo, de haber logrado que emergiesen de su estado meramente virtual, otras dimensiones, distintas de las simplemente materiales.
El ‘Homo Sapiens’ de los científicos resulta así de la emergencia de un nuevo estado de consciencia; la toma de consciencia de lo ‘sagrado’
Se trata de una toma de ‘consciencia’ y de una ‘participación’ en la heterogeneidad de lo viviente y, por lo tanto, ‘en las cualidades diferenciadas de la substancia’.
Gracias a lo sagrado, las cosas se califican y toman un sentido.
Las civilizaciones precolombinas elaboraron sus tradiciones particulares hallando la correspondencia entre ‘lo que está arriba y lo que está abajo’
El jaguar, por ejemplo, figura entre las primeras representaciones simbólicas.
En efecto, la espiritualidad activa apareció cuando el hombre se liberó del dominio de su medio ambiente natural inmediato ( gracias al cual satisfacía sus necesidades materiales) y tomó consciencia de su ambiente telúrico y cósmico.
Poco a poco, mediante el desarrollo de su universo imaginativo ( conjunto de imágenes y de relaciones de imágenes que constituyen el acerbo pensado del hombre) se concretó la emergencia de una visión desde el interior, verdadera consciencia interna del hombre.
La búsqueda del hombre se caracteriza por el hecho de dirigirse hacia las profundidades, mostrándose como la necesidad de comprender las cosas desde dentro, desde el interior, más allá de las apariencias.
Y, dado que el hombre transforma el mundo en imágenes, se puede reconocer en su universo imaginativo, como lo afirma Gilbert Durand, el propio patrón oro de la ‘hominización’.
Todo el arte precolombino va dirigido precisamente a poner de relieve el sentido de la estructura invisible, motor de la creación.
En el simbolismo precolombino, cada imagen participa de una realidad que viene de dentro y que remite a una nueva imagen significativa, en un círculo interminable de mutaciones.
El hombre precolombino es también un lector y un experimentador de lo sagrado. Un ‘Homo Religiosus’ capaz de distinguir y transmitir ‘lo otro’
Hemos de comprender sus tradiciones y sus símbolos dentro de esta perspectiva.
El universo imaginativo precolombino supo traducir el contraste y la experiencia de los hombres de la América antigua gracias a esta función transfigurativa, a través de los ritos, los mitos, los símbolos y la arquitectura sagrada que reproducían objetivamente las disposiciones íntimas de la América antigua.
Mas allá de las diferencias formales aparentes en los mitos y en los símbolos, todas las tradiciones de América poseen en común ciertas concepciones; por ejemplo: la de considerar al hombre como intermediario entre el Cielo y la Tierra y responsable de la conservación del mundo, la concepción simbólica del centro o, la noción de complementariedad.
Aunque sus manifestaciones sean diversas y adaptadas a las particularidades locales, las estructuras y las funciones herofánicas son las mismas.
El hombre precolombino participa en lo sagrado como intermediario entre el cielo y la tierra, como un mediador capaz de hacer cósmico lo material y lo terrestre.
Todos sus actos tienden no solo a conciliar los contrarios, sino también a ‘sacralizar’ y, por consiguiente, a calificar lo profano y lo natural.
Se trata de poner en correspondencia el microcosmos y el macrocosmos, las estructuras del cosmos y la vida humana, gracias a un sistema de correspondencias analógicas, que permiten pasar del cuerpo a la casa-templo y al espacio celeste.
La vida del hombre precolombino se desarrolla como una vida humana, al mismo tiempo que adquiere el sentido de una vida transhumana.
Desde este punto de vista podemos corroborar cómo el mito mexicano de Quetzacoal encierra enseñanzas fundamentales sobre este papel cósmico del hombre.
Ya en las grutas de Oxtotitlan (1000 a.C.) aparece una probable representación de un sacerdote chaman luciendo la máscara de un ave, sentado sobre un dragón-jaguar-serpiente y haciendo el símbolo de unión entre el Cielo y la Tierra.
Su calendario, por ejemplo, y sus símbolos nos dicen mucho a cerca de su capacidad dinamizadora y de su sentido de la mutación y el cambio.
Aunque de manera tardía las ciencias humanas han emprendido la tarea de hacerles justicia y poner de manifiesto la grandeza de esos pueblos, que están muy lejos de ser las razas salvajes o ‘primitivas’ que nos describieron los herederos de Voltaire o de Augusto Compte.
Por ello, continuar estudiando al hombre y a la civilización exclusivamente a través de la organización social y económica ha perdido toda razón de ser.
Como lo demuestran en efecto los últimos estudios en Etnología, no fue la especie humana la que inventó los comportamientos de cortejo amoroso, de sumisión, de estructura jerárquica…
Los lleva en su interior desde el principio, de acuerdo con un modelo cósmico general.
Los interpreta simplemente en función de sus particularidades específicas que le permiten ( al menos en potencia ) combinar los complementarios, superar los antagonismos; es decir, ‘innovar’ y salir de la mecanización refleja por medio de una autoproducción y una autoorganización.
Lo que diferencia al hombre de las demás especies o reinos de la Naturaleza no es sencillamente entonces, una función constituyente suplementaria ( como la mano o el cerebro ), sino más bien…,
el hecho, absolutamente determinante en su singular proceso evolutivo, de haber logrado que emergiesen de su estado meramente virtual, otras dimensiones, distintas de las simplemente materiales.
El ‘Homo Sapiens’ de los científicos resulta así de la emergencia de un nuevo estado de consciencia; la toma de consciencia de lo ‘sagrado’
Se trata de una toma de ‘consciencia’ y de una ‘participación’ en la heterogeneidad de lo viviente y, por lo tanto, ‘en las cualidades diferenciadas de la substancia’.
Gracias a lo sagrado, las cosas se califican y toman un sentido.
Las civilizaciones precolombinas elaboraron sus tradiciones particulares hallando la correspondencia entre ‘lo que está arriba y lo que está abajo’
El jaguar, por ejemplo, figura entre las primeras representaciones simbólicas.
En efecto, la espiritualidad activa apareció cuando el hombre se liberó del dominio de su medio ambiente natural inmediato ( gracias al cual satisfacía sus necesidades materiales) y tomó consciencia de su ambiente telúrico y cósmico.
Poco a poco, mediante el desarrollo de su universo imaginativo ( conjunto de imágenes y de relaciones de imágenes que constituyen el acerbo pensado del hombre) se concretó la emergencia de una visión desde el interior, verdadera consciencia interna del hombre.
La búsqueda del hombre se caracteriza por el hecho de dirigirse hacia las profundidades, mostrándose como la necesidad de comprender las cosas desde dentro, desde el interior, más allá de las apariencias.
Y, dado que el hombre transforma el mundo en imágenes, se puede reconocer en su universo imaginativo, como lo afirma Gilbert Durand, el propio patrón oro de la ‘hominización’.
Todo el arte precolombino va dirigido precisamente a poner de relieve el sentido de la estructura invisible, motor de la creación.
En el simbolismo precolombino, cada imagen participa de una realidad que viene de dentro y que remite a una nueva imagen significativa, en un círculo interminable de mutaciones.
El hombre precolombino es también un lector y un experimentador de lo sagrado. Un ‘Homo Religiosus’ capaz de distinguir y transmitir ‘lo otro’
Hemos de comprender sus tradiciones y sus símbolos dentro de esta perspectiva.
El universo imaginativo precolombino supo traducir el contraste y la experiencia de los hombres de la América antigua gracias a esta función transfigurativa, a través de los ritos, los mitos, los símbolos y la arquitectura sagrada que reproducían objetivamente las disposiciones íntimas de la América antigua.
Mas allá de las diferencias formales aparentes en los mitos y en los símbolos, todas las tradiciones de América poseen en común ciertas concepciones; por ejemplo: la de considerar al hombre como intermediario entre el Cielo y la Tierra y responsable de la conservación del mundo, la concepción simbólica del centro o, la noción de complementariedad.
Aunque sus manifestaciones sean diversas y adaptadas a las particularidades locales, las estructuras y las funciones herofánicas son las mismas.
El hombre precolombino participa en lo sagrado como intermediario entre el cielo y la tierra, como un mediador capaz de hacer cósmico lo material y lo terrestre.
Todos sus actos tienden no solo a conciliar los contrarios, sino también a ‘sacralizar’ y, por consiguiente, a calificar lo profano y lo natural.
Se trata de poner en correspondencia el microcosmos y el macrocosmos, las estructuras del cosmos y la vida humana, gracias a un sistema de correspondencias analógicas, que permiten pasar del cuerpo a la casa-templo y al espacio celeste.
La vida del hombre precolombino se desarrolla como una vida humana, al mismo tiempo que adquiere el sentido de una vida transhumana.
Desde este punto de vista podemos corroborar cómo el mito mexicano de Quetzacoal encierra enseñanzas fundamentales sobre este papel cósmico del hombre.
Ya en las grutas de Oxtotitlan (1000 a.C.) aparece una probable representación de un sacerdote chaman luciendo la máscara de un ave, sentado sobre un dragón-jaguar-serpiente y haciendo el símbolo de unión entre el Cielo y la Tierra.
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